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domingo, 27 de noviembre de 2016

Cañero.



Está el barrio de mis padres copando la agenda mediática y digo el barrio de mis padres porque en realidad yo he vivido toda mi vida en el barrio de al lado (que en los noventa era un erial y ahora es un erial urbanizado), aunque mi infancia son recuerdos de una plaza con palmeras y chuches de la Carmeli y vecinas que salen a reñirte cuando zarandeas el naranjo para que te llueva azahar. Aparece Cañero en los titulares porque un chef de la Fuensanta eligió Cañero para abrir un restaurante que ahora tiene una Estrella Michelín, algo que sin duda habrá conmocionado a los vecinos del barrio no por empatía con Paco Morales sino porque no es habitual que pasen cosas que sitúen Cañero en el mapa. La última vez que el barrio de mis padres sintió el peso del foco público fue cuando se le planteó un cambio de nombre. Cañero se llama Cañero porque un rejoneador franquista que se llamaba Cañero donó tierras para construir viviendas; irónicamente el barrio de mis padres es o ha sido un bastión del Partido Comunista. Cañero es un pueblito aunque cada vez menos. Los viejos que vivieron toda su vida en Cañero se van muriendo y sus casas de cal y patio son compradas y derribadas por gente joven que levanta en esos solares minimansiones de dos y tres plantas arrasando con su paisaje tradicional de Macondo embrujado o de Comala maldita. Pese al relevo vecinal y urbanístico, tan doloroso como necesario, Cañero vive en torno a una plazoleta con iglesia y en su ecosistema autárquico sobrevive un 20 duros no regentado por chinos. Muchos se preguntarán qué tipo de ocurrencia llevó a Paco Morales a abrir su Noor en un barrio de viejos porque es sabido que los viejos de Cañero nunca irían a Noor. Confieso que yo tampoco lo entiendo pero me divierte que en el imaginario de tertulias nocturnas en sillas de piscina, señoras que se abanican el pecho y un hierático Fray Albino con chicles pegados en la nariz irrumpa un inesperado punto de glamour. Solemnes críticos gastronómicos. Primera división de la alta cocina. Las mirkas de perdiz con apio disputándole terreno al potaje en cuenco de barro de la cruz de mayo, en el barrio de mis padres.


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